Mauricio LLaver
5 diciembre, 2023 07:27

Un mito que mejor que gobernara a otros

Fidel Castro será un poster colgado en millones de paredes, blindado a segundas lecturas. Pero su ahogo a las libertades civiles y su fracaso económico están clarísimos para todos quienes quieran verlos.

Sustentado en un formidable aparato de propaganda política y un innegable carisma personal, Fidel Castro logró arribar al más grande de los altares a los que puede aspirar un hombre público: transformarse en un símbolo. Porque los símbolos tienen la particularidad de distorsionar la visión de las cosas y, especialmente, de blindarse ante la mirada crítica. Entonces la persona simbolizada puede descansar tranquila sobre los atributos que lo transformaron en ello.

Fidel Castro ha sido, es y será un símbolo de la lucha contra casi todos los males de este mundo, contra la desigualdad, la injusticia y la opresión, tarea que le llevó años de control de las mentes de los cubanos y de seducción de todos los bienintencionados del planeta. El antiimperialismo, la solidaridad internacional, la palabra incansable (más para él que para los oyentes) edificaron ese mito maravilloso. Fidel logró asimilarse a los mejores sueños de juventud de los seres humanos, salvo para los cubanos que tuvieron que padecerlo.

El problema es que, por debajo de la coraza del símbolo, el Fidel Castro que emerge está más lleno de defectos que de virtudes. Y la Revolución que él logró imponer así, con mayúsculas, no ha sido más que un fracaso político y económico, que en el mejor de los casos nunca compensará el costo de haber dividido a su país para siempre y de haber forzado a millones al exilio, incluso con el riesgo de enfrentarse literalmente a los tiburones.

La teoría política define a una dictadura por algunas cosas que son simples de comprobar, como la falta de elecciones libres, la falta de libertad para los partidos políticos y la falta de libertad de expresión. En el caso de la Cuba de Castro, al igual que en las otras dictaduras que nacieron a la sombra del comunismo, hay que agregarles la falta de libertad de circulación. En eso también Fidel fue más allá de la norma, como para que no quedaran dudas de que fue un dictador “de manual”. Gobernó durante 47 años y, para su reemplazo, designó a dedo a su propio hermano. Está todo a la vista, sólo hay que tener la voluntad de observarlo.

La gran habilidad de Fidel fue haber explotado el nacionalismo anti-estadounidense que mora en el inconsciente cubano desde la independencia de 1898 y la escandalosa Enmienda Platt de 1901. Y haberse referenciado en esa lucha con todos los enemigos de Estados Unidos, desde la Unión Soviética de Nikita Kruschev en adelante hasta el chavismo venezolano. En ambos casos, el esquema fue similar: proveer de know how, relato revolucionario y carne de cañón a las luchas contra el imperio, a cambio de recursos económicos que Cuba nunca supo procurarse por sí misma. El mundo se sorprendería si se conociera en detalle la cantidad de ayuda per cápita que Fidel consiguió para los cubanos, especialmente si esas cifras se contrastaran con los montos patéticos de las libretas de racionamiento.

Hay que reconocer que los sueños de Fidel estuvieron a la altura de su ego: una dignidad colectiva que siempre es imposible de medir; una vaca en el patio de cada hogar; una abundancia de bienes de la cual siempre se estuvo muy lejos; una política exterior de gran potencia para una isla de pocos millones de habitantes. Y una utopía maravillosa que dificulta medir la realidad de logros que se presentan como indiscutibles: la educación, la salud, el deporte.

Fidel Castro ha sido una tormenta de la historia, un personaje que simbolizará por siglos las aspiraciones de la humanidad, un poster colgado en millones de paredes, blindado a segundas lecturas. Pero al altísimo precio de las libertades civiles de los cubanos de carne y hueso a quienes gobernó con mano de hierro, y de la desesperación de cientos de miles que arriesgaron vidas y bienes para lograr una existencia mejor en otras geografías. Ha sido una de esos gobernantes con los que todos se tomarían una selfie, pero mejor que a la hora de gobernar, los gobernados fueran otros.

fidel

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *