Mauricio LLaver
5 diciembre, 2023 08:32

Cuba en 2014

Una calle en La Habana manejada por artistas, en un lugar donde el Estado lo maneja todo..

 

6 de julio 2014

La sorpresa del Callejón de Hamel

Un lugar que me sorprendió en La Habana es El Callejón de Hamel, una especie de estallido de color en medio de la zona afrocubana, entre La Habana Vieja y El Vedado. No está muy lejos del Malecón y queda a unas siete u ocho cuadras del Hotel Nacional, pero no figura en los circuitos oficiales, tal vez porque el resto de la zona sea complicado de mostrar.

Pero el Callejón de Hamel vale la pena. Debe tener no más de unos 100 metros de largo y allí muestra una enorme expresión de creatividad. Las paredes están pintadas por artistas y se hace arte con elementos reciclados de todo tipo, desde cigüeñales viejos de autos hasta bañeras abandonadas. Hay poemas escritos en paredes, elementos de santería y un bar que sirve el “Negrón”, un trago con miel, limón, ron y hierba buena. Los artistas hacen también trabajo para los chicos, entre ellos enseñarles boxeo, deporte muy popular en Cuba. Es un lugar para ir, como un modo de salir de los circuitos oficiales y de apoyar a expresiones artísticas independientes en un lugar donde el Estado lo hace todo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pateando el callejón con los amigos Cuco Sánchez, Arturo Cortés y Sebastián Alcaraz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De cómo me sorprendió el fútbol en Cuba

2 de julio 2014

Está bien que esta vez estábamos en pleno Mundial, pero igual me sorprendió el interés por el fútbol en un país donde el béisbol es rey.

La primera sorpresa fue en el aeropuerto de La Habana, donde un televisor gigante transmitía Chile-España. Y después siguió en las calles, donde la gente escuchaba los partidos por la radio o se agolpaba frente a algún televisor, donde hubiera una transmisión internacional.

En la ciudad de Remedios, donde toda la vida parecía transcurrir alrededor de la plaza, mantuve este diálogo con un cubano que me ofrecía llevarme en un carrito a pedales justo el día después del partido con Irán:

-¿De dónde viene?

-De Argentina.

-Eh, argentino, Sabella demora mucho los cambios. Tendría que poner a Lavezzi y a Palacios más temprano.

No sólo llegaba a ese nivel de conocimiento sino que además tenía razón.

Pero en las calles había muchos chicos jugando al fútbol, pateando pelotas de trapo como cualquiera de nosotros. Y en el hotel Meliá Habana, el día de Argentina-Nigeria, la cerveza cubana Cristal armó una acción de marketing con un par de animadores y promotoras como en cualquier país capitalista. Ahí me preguntaron quiénes habían sido los técnicos de Argentina campeón en 1978 y 1986, y por supuesto que me gané una Cristal. Estaba bien fresquita, como corresponde.

Argentina-Nigeria en pantalla gigante, en un bar del Meliá Habana.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Arroz, frijoles, pargo, ron

30 de junio 2014

-Aquí, arroz y frijoles todos consiguen. Y después le agregan lo que se consiga.

-¿Y cómo está el abastecimiento?

-Muy mal, otra vez.

La mujer habla en La Habana sobre los hábitos alimentarios de los cubanos y, especialmente, sobre uno de los grandes puntos débiles de la Revolución. Eso es cierto, pero también es cierto que en Cuba se pueden comer muchas exquisiteces y además terminarlas con un buen puro y un buen ron, que escasean menos que las materias primas.

La base de la comida cubana es el “arroz moro” o “moros y cristianos”. O sea, arroz blanco mezclado con frijoles, que al ser negros vendrían siendo los moros. A ello se le agrega el cerdo -carne básica de la isla- y alimentos como la yuca o la malanga. Pero también están los pescados y mariscos, de los cuales en este viaje comí unos cuantos: langosta, camarones y un pescado que me sorprendió: el pargo. Al pargo lo comí frito (carne exquisita, blanquísima) y grillado, cubierto de camarones enchilados (o sea picantes) y todo gratinado con queso. Eso estuvo entre lo mejor que comí esta vez, junto con la langosta, obviamente.

En Cuba, además, se puede tomar un café estupendo, que no sólo es el café cubano sino también, sorprendentemente, el “café americano” que expenden las máquinas que hay en los hoteles y restaurantes. Ese café americano sale con una espuma y una densidad mucho mayores que las del café americano lavado que se toma en todas partes.

En Cuba se consiguen varios vinos, pero principalmente chilenos y españoles. Ahí los argentinos tenemos mucho por mejorar. Pero lo que más sale es la cerveza, nacional e importada, de la cual las opciones suelen ser Heineken, Bucanero y Cristal. Todas tienen que estar bien frías, porque el clima y la comida así lo exigen.

También están el mojito y el daiquirí, popularizados más que nadie por Ernest Hemingway, que por las tardes se tomaba “un mojito en la Bodeguita (del Medio) y un daiquirí en El Floridita”. A mí el mojito no me gusta demasiado, pero el daiquirí del Floridita es glorioso: bien frappé, y ahí, al lado de la estatua de Hemingway, es simplemente el mejor del mundo.

Va quedando el ron, que surge de la tierra más apta para esa bebida. Hay pocas cosas tan placenteras como tomarse un buen ron color oro con un puro cubano. Es un casamiento natural como pocos en el mundo para cerrar una comida, más allá de cómo ande el abastecimiento.

 

Un café y, como acompañamiento, un trocito de caña de azúcar.

 

Lo mejor del viaje: pargo con camarones enchilados y arroz moro.

En el bar El Louvre, en Remedios, fundado en 1866 y el más antiguo de Cuba en funcionamiento.

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